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Fabulas para los más chicos

Fábulas para los más chicos En esta ocasión damo un recorrido tanto por algunos de los cuentos más recordados y apreciados de nuestra infancia, como por aquellos que quizás nunca conocimos. Desde los clasicos con los que todos crecimos Como "las medias de los flamencos" que te trajo Quiroga, "la tortuga y la liebre" de la antigua grecia o "el león y el ratón" Hasta los no tan clásicos, para leer nuevas historias a nuestros chicos Con cuentos como "las ranas contra el sol", "la asamblea de las herramientas", "el tigre negro y el venado blanco" y "el león y la hiena" TODOS NUESTROS   CUENTOS Los tres cerditos El león y el ratón El pastorcito mentiroso La tortuga y la liebre La abeja haragana Las medias de los flamencos La guerra de los yacarés La tortuga gigante Las ranas pidiendo rey Los dos perros La cigarra y la hormiga El tigre negro y el venado blanco Las ranas contr

El león y la hiena

El león y la hiena En la sabana africana, habitaba un león que era el rey de la selva. Un día, el león encontró un ciervo pastando y pensó que podría ser su comida. Pero no sólo el león pensó que el ciervo podía ser su comida. Por entre las altas hierbas de su lado derecho, paseaba una hiena. Cuando vio el ciervo que el león quería cazarlo, empezó a correr lo mas rápido que pudo. Y cuando el león ya estaba detrás, la hiena vió al ciervo y también corrió detrás. Pero el león tenía mas músculos, corría mas rápido y atrapó al ciervo. Entonces llegó la hiena y le dijo al león: “Está muy bien que hayas cazado al ciervo, pero yo como carroña y lo que está muerto, me pertenece, así que debes darme el ciervo”. Pero el león le respondió: “lo que el león ha cazado tiene que comérselo”. ​ Y así se pusieron a discutir y la hiena insistía, que como ella comía lo que ya estaba cazado, tenía que dárselo, el león. Y quería pelear con el león para quitarle el ciervo. ​ Pero el león que no e

Mamá pata

Mamá pata Nuestra mamá pata había conseguido que su casita fuera la más bonita y aseada de todo el pueblo de los patos. También tenía un hermoso jardín, con flores de todos los colores y el césped más verde y más cuidado jamás visto. Después de asear la casa y ordenar su hermoso jardín, mamá pata se dedicaba al aseo de sus cinco patitos en una bañera con agua y jabón. El que peor llevaba lo del baño era el más pequeño y revoltoso. Después del baño, mamá pata sacaba a pasear a sus patitos por el pueblo. En el mango de la sombrilla llevaba siempre al señor cien pies como vigilante, que es muy amigo de la familia, y la avisaba si alguno de sus patitos haciendo alguna travesura se despistaba y se perdía por el camino. Cuando regresaban, los patitos esperaban alrededor de la mesa los ricos platos que les cocinaba mamá pata. Una tarde, mamá pata dio a sus patitos una enorme sorpresa al salir por la tele. -Mamá pata –decía el presentador del programa –sido nombrada "M

Los dos conejos

Los dos conejos La primavera había llegado al campo. El sol brillaba sobre la montaña y derretía las últimas nieves. Abajo, en la pradera, los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de temporada. La brisa tibia y el cielo azul, animaron a salir de sus madrigueras a muchos animales que llevaban semanas escondidos ¡Por fin el duro invierno había desaparecido! Las vacas pacían tranquilas mordisqueando briznas de hierba y las ovejas, en grupo, seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de todos, disfrutando de su libertad. Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día para ir en  busca de frutos silvestres y, de paso, estirar sus entumecidas patas. Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como u

El viejo perro cazador

El viejo perro cazador Había una vez un hombre que vivía con su perro en una casa apartada de la ciudad. Se había criado en las montañas y era muy aficionado a la caza. Por supuesto, el chucho siempre le acompañaba, dispuesto a pasar un rato divertido con su querido dueño ¡A los dos les encantaban esos días al aire libre! Juntos paseaban, compartían la comida, bebían agua de fuentes naturales  y disfrutaban de largas siestas. Pero no todo era descansar. Cuando tocaba, el perro se adelantaba a su amo y husmeaba el terreno en busca de posibles presas. Estaba atento a cualquier sonido  y vigilaba concienzudamente a su alrededor,  por si algún incauto animal se dejaba ver por allí. El amo confiaba plenamente en el instinto de su perro ¡Jamás había tenido uno tan fiel y espabilado como él!  Pero con el paso de los años, el perro envejeció. Dejó de ser fuerte, dejó de ser ágil,  y ya no estaba  dispuesto a salir disparado cuando veía a una liebre o una perdiz.  Últimamente se quejaba

El perro y su reflejo

El perro y su reflejo Érase una vez un granjero que vivía tranquilo porque tenía la suerte de que sus animales  le proporcionaban todo lo que necesitaba para salir adelante y ser feliz. Mimaba con cariño a sus gallinas y éstas le correspondían con huevos todos los días. Sus queridas ovejas le daban lana, y de sus dos hermosas vacas, a las que cuidaba con mucho esmero, obtenía la mejor leche de la comarca. Era un hombre solitario y su mejor compañía era un perro fiel que no sólo vigilaba la casa, sino que también era un experto cazador. El animal era bueno con su dueño,  pero tenía un pequeño defecto: era demasiado altivo y orgulloso. Siempre presumía de que era un gran olfateador y que nadie atrapaba las presas como él. Convencido de ello, a menudo le decía al resto de los animales de la granja: – Los perros de nuestros vecinos son incapaces de cazar nada, son unos inútiles. En cambio yo, cada semana,  obsequio a mi amo con alguna paloma o algún ratón al que pillo despistado